Mi nieto Ethan es un niño feliz. Cuando lo veo, su rostro se ilumina. Cuando jugamos “¿On tá bebé?”, tira hacia atrás su cabecita por las carcajadas. Cuando lucha con sus hermanos mayores, su risa alegre sobresale. “Júbilo” debería ser el nombre de su show personal.
Un miércoles reciente, su resfriado significaba que no había podido ir al Grupo de Estudio Bíblico con su mamá. Entonces lo llevé de compras conmigo a Walmart. ¡Qué bien la pasamos!
Mientras íbamos por los pasillos, su risa llenó el ambiente.”¿On tá bebé?” trajo muchas risitas. El sonido animado del juguete que le compré para distraerlo nos mantuvo riendo mientras cada uno graznaba, ladraba, relinchaba, birriaba…
El gozo de Ethan era contagioso. En cada pasillo, la gente se volteaba para ver quién hacía ese ruido, y siempre sonreían. Decían “Qué niño tan alegre.” Unos hacían una risita, otros se carcajeaban. Ninguno frunció el seño.
¡Cubrimos toda la tienda! Trayendo ese miércoles, un poco de alegría y regocijo a la pesadez y aburrimiento de docenas de compradores.
El gozo que Jesús nos ofrece es aún mejor, profundo y verdadero. ¿Estamos “infectando” con ese gozo a las personas en donde quiera que vamos? ¿Nos sentimos felices de difundir y llenar con este gozo a las personas en los pasillos de nuestras vidas?
© 2011 Judy Douglass – Traducción por Ivy Lam
Gracias por recordarme que hay que ser como los niños!
De nada, Mayra!
¡La “Riso-terapia”, terapia divina y contagiosa! necesitamos reír
como los niños.